OSOS EN MADRID
Sabemos que durante milenios el oso pardo habitó los bosques de la vieja Iberia, presencia que no disminuyó durante la Edad Media, pues no habiendo sufrido la población de los reinos de España un aumento significativo durante los siglos que siguieron a la caída del Imperio Romano, los osos se mantenían numerosos en un ambiente que seguía siendo idóneo para ellos.
La repoblación intensa que siguió en los siglos XII y XIII a la reconquista de las tierras al Sur de la Cordillera Central tras la conquista de Toledo (1085) afectó y redujo, sin lugar a dudas, a las poblaciones de osos en el territorio de la actual Comunidad Autónoma de Madrid, pero a comienzos del siglo XIV, sabemos que los osos eran aún animales presentes en abundancia en los bosques madrileños.
Los bosques de Madrid estaban bien poblados de «puercos y osos», sin duda causa de su aparición en la heráldica de la villa, hasta el extremo de que su presencia en los bosques que rodeaban Madrid (de los que hoy queda la Casa de Campo) hizo que la zona se llamara Ursaria, siendo la abundancia de ciervos, jabalíes y osos, una de las razones del gusto por Madrid de los reyes de Castilla.
Lógicamente, hay testimonios escritos de la abundancia de los osos, y se habla de ello en crónicas y documentos. En el Libro de la montería del rey Alfonso XI, gran cazador, como todos los monarcas y nobles de su tiempo, se dice: «Madrid, un buen lugar de puerco y oso», y en el tercer volumen se citan numerosos lugares en los que habitaban los osos:
«La Foz de las Gallinas es muy buen monte de puerco en ivierno, et hay muchas veces oso. Et es en el Real. Et son las vocerías, la una por cima de las Gallinas en el camino mayor que va del Galapagar al Pardo: et la otra por cima de las Gallinas del otro cabo, que non pase á la Torre de Lodones. £t son las armadas, la una á las Navas que son entre la Foz, et el monte del Serrejon. Et la otra en el camino que pasa al Alpalante. El Berrocal de la Torre de Lodones es buen monte de oso en ivierno, et es en el Real.»
El Libro de la montería es una obra dividida a su vez en tres libros y contiene treinta y nueve grabados, con detalladas descripciones de bosques y montes, su riqueza arbórea y su abundancia de especies cinegéticas. Se escribió durante el reinado y por encargo de Alfonso XI de Castilla. Es posible que autoría de partes del libro pueden atribuirse al propio monarca, experimentado cazador, si bien la minuciosidad de la obra y las buenas descripciones de cada uno de los montes, nombres de los términos y de los parajes, parecen venir de informes de cazadores a los que el rey consultaba.
A la derecha una miniatura del Libro de la Montería conservado en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. El texto que ha llegado hasta nuestros días es de los tiempos de Pedro I el Cruel y contiene añadidos del siglo XVI sobre corridas de toros y luchas de fieras.
EL OSO DE LOS REYES CATÓLICOS
Cuenta don Gonzalo Argote de Molina una leyenda sobre el encuentro entre los Reyes Católicos y un oso en Madrid, en concreto en La Pedriza, lugar que, sin embargo, no aparece entre los lugares descritos por el Libro de la montería como lugar habitado por osos.
Dice el cronista que, en una jornada en la que estaban Isabel y Fernando de caza, bajó hasta las llanuras un feroz oso pardo hambriento. Los galgos y sabuesos que acompañaban la partida de caza de los reyes, rodearon a la bestia, mientras la guardia montada que acompañaba a los monarcas atacó al poderoso animal con flechas y dardos, pero el feroz plantígrado, con sus garras, devolvió todos los proyectiles que volaban en todas direcciones con una habilidad digna de un ninja de una película de artes marciales. Ante tan alucinante muestra de destreza, los guardias se quedaron petrificados y, y aunque salvaron a los reyes del peligro cierto que amenazaba su seguridad, el oso, astutamente, aprovechando la confusión, inició el regreso a su guarida.
EL OSO PARDO IBÉRICO
Los osos que habitaron Madrid eran animales poderosos, de la especie oso pardo europeo (Ursus arctos arctos) una subespecie del oso pardo (Ursus arctos) que es propia de Europa, extendiéndose desde España hasta Rusia, viviendo en las áreas boscosas hasta la tundra.
Con longitudes desde el hocico a la cola de hasta 2.5 m, y una altura en la cruz de 1,30 m, los machos pesan un promedio 250 a 300 kg, y hay ejemplares por encima de los 400 kg, pesando las hembras menos, pues no superan los 250 kg. Su pelaje se renueva una vez al año en la época estival, y su tonalidad varía entre el pardo amarillento y el marrón oscuro.
La visión no la tienen muy desarrollada comparada con otros sentidos, aunque sí pueden ver en color durante la noche. A larga distancia reconocen formas pero no detalles, y detectan mucho mejor animales u objetos en movimiento que si están quietos. Su oído es extremadamente agudo y el olfato es excelente. Sus mandíbulas tienen de treinta y seis a treinta y ocho dientes, con cuatro caninos, o colmillos, puntiagudos y robustos como los de otros carnívoros.
Los osos son omnívoros, en primavera y otoño su alimentación es sobre todo vegetal, pero también aprecian las carroña, siendo la miel su alimento preferido, y solamente algunos individuos se especializan en la captura de grandes presas.
El oso hubiera desaparecido tal vez a finales de la Edad Media, si no hubiera sido porque a comienzos del siglo XVI la caza y exterminio de lobos, osos y fieras perjudiciales para los ganados y los frutos, chocó con varios obstáculos, que protegieron a la especie de forma indirecta, como los derivados de los derechos señoriales sobre la caza, y otros con origen en la legislación, pues se prohibió el uso de determinadas artes y armas de caza, como las cepos (en 1348 y 1515), las armas de fuego y el veneno (1527), o los lazos y otras artes (1552).
EL FINAL DEL OSO MADRILEÑO
A escasa distancia de Madrid queda un fascinante recuerdo de la presencia de osos en el Sistema Central, en Navacepeda de Tormes (Ávila), puerta de entrada al Parque Regional de la Sierra de Gredos, desde donde se accede a la Plataforma de Gredos y se puede ascender al Almanzor, el pico más elevado del Sistema Central, podemos encontrar con una garra de oso clavada en la puerta de la Iglesia de San Juan Bautista, construida en el siglo XIII y ampliada en siglos sucesivos.
Con la prohibición de la caza con armas de fuego sólo quedaba cómo alternativa el brazo, es decir a cuchillo o con lanza, algo que exigía un valor más que notable, o la ballesta, si bien el hecho de que se reiteraran a las prohibiciones, demuestra la poca efectividad de las mismas. Por todo ello, se cree que medios legales mas habituales para perseguir y matar animales dañinos fueron las monterías de osos (que en Asturias duraron hasta el siglo XX).
Las Cortes de Madrid de 1593 revocaron parcialmente la pragmática de 1552, pues se dio permiso para tirar y cazar con arcabuz y bala rasa dentro de las 10 leguas de los puertos y de las costas del mar. La prohibición de armas de fuego con el fin de conservar la caza se repiten a principios del XVII, pero se levantan en 1617 al constatar varios hechos: que el empleo sustitutivo de lazos y cepos causaba igual perjuicio sobre la caza que el que se pretendía evitar; la pérdida general de destreza en el uso de arcabuces; y finalmente, la consiguiente proliferación de animales que:
«Han hecho y hacen muy grandes daños en los ganados, y aun en las personas, por faltar arma con que poder hacerles resistencia»
Sin embargo, se mantuvo la veda y la prohibición en los bosques Reales de Aranjuez, El Pardo y Balsain, y en aquellos de particulares con derecho privativo; del mismo modo se continúa observando la pragmática establecida en 1515 prohibiendo cepos o armadijos.
La garra de oso que se conserva en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes. Pruebas de carbono realizadas durante un estudio realizado por la Universidad Complutense de Madrid, dirigido por Arsuaga, probó que el oso de vivió entre los siglo XV y XVI. La leyenda cuenta que un segador le dio muerte con su guadaña y ofreció a San Juán Bautista la garra por su ayuda.
La última referencia que encontramos a osos en torno a Madrid aparece la obra Discurso sobre la montería de Gonzalo Argote de Molina, quien afirma, cuando se escribió la obra en 1582, que siendo aún príncipe de Asturias el rey Felipe II cazó el último oso de Madrid en los montes de El Pardo. Si tenemos en cuenta que fue coronado rey en 1556, podemos presumir que la eliminación de este último oso madrileño sucedió en los primeros años de la segunda mitad del siglo XVI.
Ya desaparecido en los alrededores de la villa de Madrid, la persecución del plantígrado se reanudo el 3 de marzo de 1769, fecha en la que el rey Carlos III aprobó una Real Cédula por la que permitía que los Justicias del reino providenciaran las cacerías contra la especie «cuando las necesidades lo aconsejaran», y el 27 de enero de 1788, firmó el reglamento por el que se procedía al exterminio de lobos, zorros y demás animales nocivos (entre los cuales cabía incluir a los osos que quedaban). La organización de tales batidas se convirtió en una especie de necesidad para garantizar la tranquilidad y sosiego de aldeas y provincias.
Todavía a principios del siglo XIX había algunos osos en sierra norte de Madrid y una crónica relata que se mató a un ejemplar en 1810 en La Granja, en Segovia (al otro lado de la frontera con Madrid) y conocemos que se organizó una gran batida para cazar un oso peligroso que merodeaba por las cercanías del núcleo urbano de San Rafael (Segovia) sobre 1830, y que acabaría siendo considerado, hasta ahora, el último de la Sierra de Guadarrama, tanto en su vertiente de la actual Comunidad Autónoma de Madrid como en la de Castilla y León.
Durante siglos el oso fue el más grande de los animales que se podían encontrar en nuestros bosques y sierras, un animal poderoso y fuerte, que ha dejado su huella en las leyendas y los cuentos populares.